Un día como
hoy de 1793, la joven y hermosa Charlotte de Corday se presentó sin previo
aviso en la casa del ciudadano Jean Paul Marat. Había llegado a París,
procedente de Normandía, el 11 de Julio, y solicitado con insistencia una entrevista con
el célebre jacobino.
La joven debía
“revelarle secretos muy importantes para la salud de la República” (Luis XVI
había sido guillotinado a principios de año, el Reino de Francia había
desaparecido). “Además se me persigue por la causa de la libertad”, añadió en
su última carta.
Aquello no era del todo falso, Charlotte era girondina, es decir, pertenecía a la facción moderada de la Convención Nacional. Enfrentados con los radicales jacobinos, los girondinos habían tenido que huir de París después de que el Tribunal Revolucionario absolviese a Marat, quien les había acusado de ser monárquicos encubiertos. La carta de la joven terminaba “soy desafortunada, basta que lo sea para tener derecho a su patriotismo”.
Aquello no era del todo falso, Charlotte era girondina, es decir, pertenecía a la facción moderada de la Convención Nacional. Enfrentados con los radicales jacobinos, los girondinos habían tenido que huir de París después de que el Tribunal Revolucionario absolviese a Marat, quien les había acusado de ser monárquicos encubiertos. La carta de la joven terminaba “soy desafortunada, basta que lo sea para tener derecho a su patriotismo”.
Charlotte
consideraba a Marat el máximo representante de la tiranía. El hombre que
enviaba a inocentes a la Place de la
Concorde, donde se levantaba inmisericorde el artefacto del doctor
Guillotin.
Al llegar
París, se enteró de que Marat estaba demasiado enfermo para acudir a la
Convención, así que fue a su casa. La portera del número 18 de la rue de Cordeliers, se negó a dejarla pasar. Charlotte insistía en ver a Marat para darle los nombres de algunos
enemigos de la República. Montó tal alboroto que la portera, al fin, la permitió entrar dentro de la vivienda. Entre sus ropas, Charlotte ocultaba un cuchillo.
Marat era
celíaco. Una enfermedad desconocida en el siglo XVIII. Sufría de terribles
erupciones cutáneas y altísimas fiebres debido a su alergia al gluten. Para
mitigar los efectos de su afección se daba largos baños y se envolvía la cabeza
con paños empapados en vinagre. Solía estar tanto rato dentro del agua que
había hecho colocar encima de la bañera un tablero a modo de escritorio para
poder trabajar. Allí rellenaba las listas de los enemigos de la Revolución.
De esa guisa
recibió a Charlotte la tarde del 13 de Julio. Marat la interrogó sobre la
situación en Normandía. Charlotte enumeró los nombres de los refugiados en
Caen. Marat prometió que en menos de ocho días todos serían guillotinados.
Justo después de apuntar el último nombre, Charlotte sacó de su corpiño el
cuchillo que escondía y apuñaló a Marat en el corazón.
“He matado a
un hombre para salvar a cien mil”, declaró Charlotte cuando fue detenida. Fue
guillotinada cuatro días más tarde.
Dos meses
después, alentados por el deseo de vengar a Marat, Robespierre y los demás
jacobinos votaron instaurar medidas de terror para reprimir actividades
contrarrevolucionarias. Aquel periodo (entre septiembre de 1793 y primavera de
1794) se le conoce simplemente como El Terror. Sólo en la Place de la Concorde se cree que murieron guillotinadas 1119
personas.
Marat fue la
quinta persona en ser enterrada en el Panteón de París, aunque dos años más
tarde sus restos fueron trasladados al cercano cementerio de
Saint-Étienne-du-Mont y su escultura destrozada. Aun así durante El Terror su
busto reemplazó a los crucifijos y alcanzó status religioso.
Se dice que
las autoridades obligaron a mostrar en pinturas y grabados a Charlotte de
Corday como una aristócrata de melena empolvada para que lavanderas, criadas y
amas de casa no empatizarán con ella durante el juicio.