Al nacer Juan Carlos de Borbón en
Roma, su familia estaba exiliada por la proclamación de la Segunda República,
su abuelo y depuesto rey Alfonso XIII decidió gastar una broma al padre de la criatura. Cuando don Juan llegó al
hospital en vez de a su primogénito le enseñaron como suyo al recién nacido de un
diplomático chino.
Después de las risas, don Juan
pudo conocer a su heredero, a quién años más tarde entregaría al dictador
Franco para salvar la monarquía y quién finalmente le arrebatase la corona de España. Nada más ver a su verdadero hijo, don
Juan dijo:
-Hubiera preferido al chino.
A Juan Carlos le costó agradar
desde el primer momento. La imagen de hombre cercano (“campechano”) fue
elaborada a partir de su actuación la noche del 23 F y sobre todo
gracias a la tolerancia de hombres tan ajenos a la monarquía como fueron Felipe
González y Santiago Carrillo.
Pero antes de la noche de los
transistores, Juan Carlos era para todos un hombre del que recelar.
La vieja guardia franquista nunca
confió del todo en aquel muchacho rubio que iba a suceder a su generalísimo.
Juan Carlos era el símbolo de su padre don Juan, quién para el primer
franquismo suponía la mayor amenaza (democrática) del régimen, por las simpatías
que despertaba fuera del país y dentro del glorioso movimiento.
La izquierda siempre le
consideró, y le considera, un remanente de la dictadura y le costó aceptar su
tutela durante la transición, aún a costa de sacrificar a aquellos líderes (por
ejemplo, Carrillo y ahora Rubalcaba) que fueron los suficientemente pragmáticos
para aceptar la monarquía como símbolo de (ay) la unidad del país y (ay, otra
vez) la estabilidad y neutralidad de las instituciones.
Por otro lado, en las corrientes
más conservadoras, a priori más adeptas a la función cortesana, han ido
surgiendo voces contrarias a la monarquía. Quizá porque como la patria siempre
han considerado la monarquía como algo exclusivamente suyo y no han perdonado a
Juan Carlos su neutralidad y, sobretodo, su cordialidad con los gobiernos de
izquierda.
Juan Carlos se va como vino.
Arropado con un velo de desconfianza. Entre medias deja el mayor período de paz
y prosperidad que ha conocido el país. No es mal testamento.
Como su padre, Felipe de Borbón
será coronado en un país al borde del precipicio. Es el rey más preparado que
España va a tener. Pero como saben muchos jóvenes españoles, esto, ahora, no
significa demasiado.